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SOBRE PROCESOS Y RESULTADOS EN LO COLECTIVO

Carlos Tuñón, director artístico de [los números imaginarios]

 

 

De 2013 a 2016 dirigí las dos primeras piezas de [los números imaginarios], “La cena del rey Baltasar” y “Hamlet entre todos”, con algunos de los integrantes actuales de la compañía, pero en esos momentos no era una idea clara ni concreta el ser un equipo estable y poner el foco en los procesos colectivos en sí, no estaba asentada la idea de compañía estable ni la de crecer independientemente de los proyectos de estreno; en esos primeros años el deseo real y palpable era hacer “obra” y hacerla bien, pero ya aparecían algunos patrones que luego identificamos como “modos de hacer” de la compañía, como los tiempos lentos, la relación con el público, el placer, el desbordamiento de los límites de la escena, no recibir aplausos para no cerrar el rito y que el público se lleve la obra al mundo real, etc… Y estas primeras piezas, cuyos procesos fueron medianamente tranquilos y amables (con su correspondiente estrés en la fase final debido a los pocos recursos y medios materiales), dieron buenos resultados, o al menos, lo que ocurrió durante los ensayos el público lo percibió como fue: juego, ganas, energía, descaro, etc… Pienso que la energía contenida ahí respondía más bien a la audacia de la edad, a cierta ingenuidad y ganas de ser disruptivos, a querer ir lejos, a impresionar vamos, a pasárnoslo bien y a cierta inconsciencia que fue muy productiva para la creación en ese momento. 


En 2017 propuse que el siguiente proyecto de la compañía fuera literalmente “la construcción de una compañía” y empezamos a inventar dinámicas que tenían que ver con conocernos artísticamente, con generar comunidad y con preguntarnos qué queríamos hacer juntxs. En ese momento entraron más personas a formar parte de la compañía, a la que empezamos a llamar ensamble, por esta idea de juntar piezas diferentes para que conformen algo que tuviera sentido por su unión. Y de 2017 a 2019 vivimos “los años veloces” donde encadenamos tres montajes de creación colectiva seguidos: “La última noche de Don Juan” (proceso de marzo a junio de 2017, estreno en Clásicos en Alcalá), “Hijos de Grecia” (proceso de octubre de 2017 a junio de 2018, estreno en Clásicos en Alcalá, reposición al año siguiente y Festival de Otoño) y “LEAR (desaparecer)” (proceso de octubre de 2018 a mayo de 2019, estreno en Teatros del Canal, luego en Teatro de La Abadía). 


De los tres, el proceso más valorado y recordado por toda la compañía fue el de “Hijos de Grecia” por lo que supuso a nivel fundacional, donde realmente todos los integrantes aportaron algo único y diferencial, algo que se percibía como genuino y personal y es el montaje más aplaudido de la compañía coincidiendo con el mejor proceso que llevamos a cabo. Pero pienso que sería engañoso pensar que por lo tanto “a mejor proceso - mejor resultado” porque creo que coincidieron otros factores que ayudaron a que esto fuera así: teníamos el marco de un Festival (Clásicos en Alcalá), la edad media de la compañía era de 25 a 35 años, era el primer proceso de creación realmente colectivo que hacíamos, tuvimos un año para desarrollarlo, no estábamos preocupados por otras cosas en ese momento y el marco elegido fue el corpus de tragedias griegas que nos permitió poner sobre la escena conceptos de una potencia innegable: la relación con el sacrificio, la búsqueda de la verdad, los ritos de paso, la herencia recibida, etc… Todo esto, la edad, las ganas de hacer algo juntxs, la primera obra de una compañía de creación, inventarnos dinámicas colectivas, todo esto hizo que el mejor proceso vivido diera con el mejor resultado obtenido hasta la fecha. 


Ahora bien, justo después hicimos el proceso de “LEAR (desaparecer)”, más frágil, más irregular, más incierto, para mí personalmente el más importante porque supuso relacionarnos con lo “otro”, con la enfermedad, el alzheimer y seis familias que estaban inmersas en una realidad que no sabíamos cómo abordar, mucho más allá de las preocupaciones sobre la escena y sobre nosotrxs. Nos colocó en estar más allá de lo conocido y más allá de nuestro relato personal; fue incómodo, pasaron muchas cosas en medio, y en la escena pública comenzó a hablarse de conceptos como cuidados, afectos, acompañamiento, salud mental, consentimiento, límites, etc… El resultado fue acorde a lo que ocurrió, resultó una pieza irregular, con momentos brillantes y otros de menor eficacia y el público respondió de manera mucho menos unánime que con la anterior pieza; y a la vez siento que fue la primera obra de madurez de la compañía, la menos romántica, la menos ruidosa y la menos “impresionante”.


De 2020 a 2025 son (y siguen siendo) “los años lentos”; el shock de la Covid frenó en seco la escalada de la compañía, la relación directa con los públicos, el deseo de apertura en la escena, los desbordes, etc…, y además nos estábamos haciendo mayores, de pronto había menos hambre de juntarse para probar cosas, de desafiarnos, y comenzamos a pensar en tener hijxs, comprar una casa, re-pensarnos en el sector teatral, cuidar nuestro tiempo de descanso, crecer y madurar; siento que pasamos del estado de enamoramiento al estado de madurez de una relación de larga duración, donde hay menos deseo de hacer el amor pero más conciencia del valor de estar juntxs; en estos años la compañía realizó un proceso alrededor del “silencio”, de estar en silencio juntxs, de conectar con la parte interior y no tanto la pública, con no poner el acento en ser relevantes si no en “ser y estar” tranquilxs; entramos en contacto con comunidades de Carmelitas Descalzas tanto en el desierto de las Batuecas como en el convento de Toro y de esta época surgieron las piezas “Quijotes y Sanchos”, “El encanto de una hora” y “La vida es sueño (el auto sacramental)” siendo ésta última la única de creación colectiva donde pudimos reunirnos de nuevo como ensamble; y fue interesante vernos más mayores, con otros intereses, con menos hambre de escena, más cansados, más tranquilos y con un dispositivo donde la compañía pudo aparecer menos, menos libre, de manera menos personal, con las ganas intactas de pasar tiempo juntxs y la alegría de hacerlo de nuevo, y hacerlo bien, pero un poco menos apasionados, un poco menos despiertos. Esta función considero que el público la vivió mejor que como fue el proceso en sí, que fue bien pero menos “importante” en nuestro crecimiento, y de nuevo creo que tiene que ver con el material de partida (el auto de La vida es sueño) y el dispositivo que propuse (auriculares para que el público durmiera en directo en la sala, apartando los cuerpos de los intérpretes del centro de la escena) que hizo inevitablemente que la compañía como tal estuvieran menos en el foco; y de nuevo, para mí, junto con “LEAR (desaparecer)” es de las piezas de las que me siento más orgulloso, por el gesto, por la mirada, por involucrar a nuevos integrantes en la compañía, por haber gestionado mejor que nunca los esfuerzos y los tiempos y por el movimiento que generó en torno a la escena (primera vez que se introducía un dispositivo de auriculares inalámbricos en el Teatro de la Comedia por ejemplo) aunque no fuese la que más nos unió internamente, o que sí lo hizo pero de otra manera.


En nuestro caso los resultados escénicos suelen ser reflejos claros de los procesos llevados, no ha ocurrido aún que un proceso irregular se aplauda mucho, o al revés, que un gran proceso se haya percibido de manera fría o distante; y a la vez entiendo que las cosas no guardan una relación causal clara, que intervienen otros muchos factores, entre ellos las aspiraciones y deseos compartidos, contextos que acompañan e incentivan el riesgo o que demandan relatos más conservadores y previsibles.  


Uno de los valores que más atesoramos en la compañía es justamente el de poder crecer con gente querida y admirada, personas con las que poder estar en silencio sin necesidad de llenarlo, con las que poder trascender como si estuviéramos a solas; sentimos que hemos construido una cabaña entre todas y que podemos aparecer realmente con la luz y con la sombra y sentirnos acogidas, y no demandar a los integrantes que estén siempre conectados de la misma manera, que estén siempre en el mismo estado de euforia, permitir que el proceso hable por sí solo y recoja lo que nos está ocurriendo en la vida y entender que eso va a permear el resultado escénico final. Y es el mismo procedimiento que desarrollamos en todos nuestros cursos formativos, la posibilidad de que lxs alumnxs puedan hacerse preguntas delante de nosotrxs y podamos estar acompañando procesos sin imponer un relato único ni un estado emocional permanente. 


En torno a esta idea de la cabaña pienso en una pieza que diseñó Luis Sorolla para el epílogo escénico de “LEAR (desaparecer)” en 2019 y que a partir de 2021 la estamos compartiendo como pieza autónoma y que se llama “LEVIATÁN: la experiencia de habitar dentro de una ballena” donde invitamos al público a construir justamente una cabaña con papel y con su imaginación en un escenario donde otrxs espectadorxs hacen lo mismo y pienso que aquí aparece una metáfora clara de esta soledad colectiva; de cómo estar habitando cada persona en su cabaña, cada una protegiéndose de su tormenta, pero sabiéndose en comunidad, sabiendo que el otro está cerca y que estar en compañía tiene quizás más que ver con aceptar la diferencia y el cambio que con tener prisa en estar de acuerdo en algo o en tener todos la misma energía y los mismo deseos.


Carlos Tuñón

Director artístico de [los números imaginarios]

Madrid, marzo de 2025







 
 
 

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